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  • Guillermo Gutiérrez

1. ¿QUÉ ES EL TALLER REFLEXIVO? - DEFINICIÓN Y PRINCIPIOS


  • DEFINICIÓN


El Taller Reflexivo es una metodología de intervención grupal idónea para el trabajo con grupos pequeños, con un número de 10 a 25 participantes. Se llama “taller” porque se incluye dentro de las metodologías constructivistas en la cuáles los participantes juntos construyen durante la sesión, como en un taller de artes o de carpintería. Se denomina “reflexivo” debido a que el objetivo fundamental de la metodología es la reflexión sobre el tema de la sesión.



  • LOS PRINCIPIOS DEL TALLER


El Taller Reflexivo se basa y se apoya en varios principios o fundamentos que le aportan una ruta conceptual, metodológica y ética precisa. Veamos cuáles son:



  • Finalidad: la reflexión rigurosa


La finalidad u objetivo del Taller Reflexivo es propiciar la reflexión rigurosa de parte de un grupo sobre un tema específico. Esto hace referencia a una reflexión metódica, es decir, un pensar con lineamientos concretos y predeterminados, como establecer un acuerdo de trabajo con el grupo (encuadre), asumir un tema específico para cada sesión, tener en cuenta unas fases o partes del taller que es prudente respetar y otros elementos.


En tanto la finalidad del Taller Reflexivo es la reflexión rigurosa, ésta constituye también el criterio fundamental para la evaluación del trabajo. En otras palabras, en el taller se logra el objetivo cuando el grupo construye reflexión sobre el tema durante la sesión; a su manera, a su ritmo y en sus propias direcciones.



  • Metodología constructivista


El Taller Reflexivo constituye una metodología constructivista. Para profundizar en este concepto, podemos contrastar entre los modelos de intervención magistrales y los constructivistas:

En las metodologías magistrales, como su nombre lo indica, alguien se sitúa ante el grupo como maestro (“magister” en latín). Ejemplos de éstas son la conferencia y la exposición de expertos en un programa de radio o televisión. En ellas, el “maestro” lleva preparado el producto a compartir. Es su discurso, elaborado hasta el más mínimo detalle. Y quienes están ante él, son invitados a escuchar. En otros términos, las metodologías magistrales exigen un producto previo aportado por el “magister”.


En las metodologías constructivistas, por el contrario, el coordinador o facilitador invita al grupo a construir el producto durante el trabajo grupal mismo, de allí su nombre. Dentro de éstas pueden incluirse diversas modalidades de taller (taller de sensibilización, taller educativo, taller artístico, etc.) y de terapia grupal.


Para lograr la construcción requerida, el coordinador invita a los integrantes del grupo a participar y a expresarse y les concede el tiempo y las condiciones exigidas por el proceso de construcción. Por su parte, se compromete a escucharlos y, en este caso, evita el lugar del “magister”.


El Taller Reflexivo también corresponde a este tipo de metodología, pues, en éste se convoca a los participantes a construir reflexión por medio de su palabra. De acuerdo con lo planteado, no se trata de una palabra previamente preparada o depurada. Por el contrario, es una palabra que aparece allí a medida que se realiza la intervención; es una palabra que se construye, se evidencia y se confronta allí paso a paso y por sus propias vías.


Las metodologías constructivistas implican varios rasgos y virtudes que se evidencian claramente en Taller Reflexivo:


  • El Taller es algo que sucede “en vivo”, allí durante la sesión y no puede producirse con anticipación. Sólo pueden construirlo los participantes mismos. El tallerista o facilitador lleva los lineamientos o derroteros fundamentales, como el tema del taller y la técnica a utilizar, entre otros y, a partir de éstos, el grupo construye.


Esto implica que cada taller realizado con un grupo específico es único, aunque la temática sea compartida con otros grupos. Por ejemplo, si se realiza un Taller Reflexivo sobre la comunicación con 10 grupos, aunque se lleven la misma técnica (reflexión en subgrupos, sociodrama u otra) y las mismas preguntas, el discurso producido por cada uno de los grupos será diferente en cada caso.


  • La materia prima del taller es la palabra del grupo que surge allí mismo y se va confrontando y depurando a través del taller. Consecuentemente, el taller se basa en los puntos de vista y las anotaciones del grupo que van apareciendo a través de la reflexión y en la profundización respecto a ellos durante el taller. Se trata simplemente de que el tallerista facilite la aparición de esos puntos de vista y anotaciones y propicie el debate y las nuevas construcciones en torno a ellos.


  • En el taller es tan importante el proceso de construcción como cualquier producto final. Esto se debe a que durante la sesión los participantes construyen múltiples productos parciales que también les aportan a su reflexión. Durante la sesión los participantes comparten numerosas anotaciones, anécdotas, interrogantes y recomendaciones que no aparecen en postulaciones finales. La riqueza en matices y elementos del taller completo no puede ser representada en ningún producto final del taller.


  • El taller se centra en las construcciones del grupo, no las del facilitador. Esto significa que el grupo es el que reflexiona, no el tallerista. Los participantes están a cargo de realizar la reflexión paso a paso. Este carácter del taller convierte a los aportes de los participantes en los protagonistas del trabajo grupal.



  • Dispositivo de palabra: hablar para pensar y reinventar el mundo


El Taller Reflexivo constituye un dispositivo de palabra, es decir, un espacio en el cual los participantes son convocados a hablar sobre el tema propuesto para la sesión. Este es su compromiso fundamental al llegar al taller.


En los espacios de palabra, el hablar de los participantes se sitúa como el centro de la intervención debido a una razón básica: la palabra es un medio idóneo para la reflexión. Cuándo estamos reunidos con otros, a medida que hablamos se hace viable que reflexionemos. Y mientras más despliegue de palabra haya, mayor será la posibilidad de reflexión.


Una hermosa frase describe de manera precisa esta función esclarecedora del hablar. Alejandra Pizarnik, en su poema La palabra que sana, expresa: "Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa". La función de la palabra así planteada puede también sustentarse con un valioso postulado psicoanalítico. Según éste, no se trata de "pensar antes de hablar", como dice la tradición y como nos regañaban en otros tiempos cuándo expresábamos frases insensatas. Por el contrario, en los espacios de palabra, se trata de "hablar para pensar". Esto implica que, a medida que hablamos sobre un asunto, se facilita que pensemos con mayor claridad y profundidad sobre éste. A medida que hablamos, se facilita que esclarezcamos cada vez más nuestro pensar.


Pero, este proceso va aún más lejos. La palabra no solo genera esclarecimiento, es decir, dilucidación o desciframiento de nuestro propio pensar. También posibilita la creación de nuevo pensar y nuevas opciones. En este sentido, hablamos también para crear, para reinventar el mundo. Y, así sucede en los espacios de palabra y en el Taller Reflexivo.



  • Metodología para el esclarecimiento y la construcción de “saberes”


Hemos señalado dos funciones primordiales de la palabra en el trabajo grupal. Por un lado, hablar genera esclarecimiento. Esclarecer, en este caso, es sinónimo de aclarar, dilucidar, revelar, investigar y descifrar. Significa que, a medida que los participantes hablan en el taller sobre el tema de la sesión, hay algo que se torna cada vez más claro y se descifra cada vez más. Por otro lado, la palabra posibilita la creación de nuevas opciones y perspectivas, es decir, el hablar en el trabajo grupal permite la construcción de nuevos elementos.


Vale la pena proponer aquí un interrogante de gran relevancia: ¿En la práctica, qué es lo que se esclarece y se construye en el Taller Reflexivo?


El material que se dilucida en el taller es muy variado. Se esclarecen, entre otros, los puntos de vista, las opiniones, las perspectivas, los interrogantes, los sentimientos, el malestar y las propuestas de los participantes respecto al tema de la sesión. Y, a partir de este proceso de esclarecimiento, los participantes pueden construir nuevos puntos de vista, interrogantes y propuestas.


En otras palabras, los participantes esclarecen respecto a elementos que traen de todo su bagaje previo. Además, a partir de esto, durante el taller generan nuevas perspectivas.


Debido a que los participantes presentan estas anotaciones como “cosas que saben” sobre la temática del taller, podemos denominarlas “los saberes” de los participantes. En consecuencia, también es viable afirmar que el Taller Reflexivo es el espacio para el esclarecimiento de los saberes previos de los participantes sobre el tema de la sesión y la generación de nuevos saberes.


“Saberes”, dentro de este contexto, no significa “verdades absolutas o acabadas”. No se trata aquí de verdades objetivas e indiscutibles. El término hace clara referencia a las verdades previas de los participantes, las cuáles son sometidas a la revisión, la confrontación y la ampliación durante el taller.


El esclarecimiento y la construcción de nuevos saberes en el taller se presentan de manera muy precisa en cuatro vertientes:


  • Cada uno de los participantes puede esclarecer respecto a su visión del mundo. A medida que un participante habla sobre sus puntos de vista ante sus compañeros, en el proceso de explicar y sustentar sus argumentos y debatir con ellos, puede lograr una mayor claridad sobre sus propios asuntos. A menudo, esto ocurre como un “darse cuenta” de matices y miradas que no había percibido.


  • Adicionalmente, en el taller se esclarece material de todo el grupo, un material constituido por una gran variedad de saberes sobre el tema de la sesión, los cuáles aportan un panorama muy amplio y enriquecedor al respecto. Esto implica que cada participante recibe los aportes de sus compañeros, es decir, escucha los puntos de vista, opiniones, propuestas e interrogantes de los otros sobre el tema.


  • Además de estas dos formas del esclarecimiento (individual y grupal), en el taller se genera un “diálogo de saberes”, es decir, se establece una importante interlocución entre los aportes de los participantes con efectos de gran valor para todos. Se genera así un debate entre las diversas perspectivas en el cuál los saberes que han traído son sometidos a la discusión y la reflexión y, en consecuencia, no se quedan intactos. Este diálogo de saberes se convierte, en general, en un valioso escenario de depuración de los saberes previos de los participantes.


  • Finalmente, a medida que transcurre el taller, los participantes generan nuevos saberes sobre la temática implicada: surgen nuevos ángulos y significados respecto al tema, agregan aspectos novedosos, construyen nuevas ópticas y sugerencias. Típicamente, el trabajo grupal constituye un escenario idóneo para este proceso y el Taller Reflexivo no es la excepción.



  • Metodología centrada en la escucha del grupo


El logro de los objetivos en el taller no solo depende del grupo. También es indispensable la adecuada participación del coordinador en el proceso. Él cumple con un rol y unas funciones primordiales para lograr la reflexión grupal. En este sentido, la función más importante del coordinador consiste en situarse claramente en el lugar de la escucha.


Hemos señalado como en el Taller Reflexivo los participantes son convocados a “hablar sobre el tema de la sesión para pensar sobre éste”, deben hablar para reflexionar. Pero la construcción de los participantes solo es posible si el coordinador los escucha a medida que hablan. Entonces, se hace viable completar la fórmula previamente propuesta: se trata de “hablar ante alguien que escucha para reflexionar.”


De este modo, la escucha del tallerista se convierte en el motor de la palabra del grupo y de sus avances en la reflexión. Hay una relación directa e íntima entre la capacidad de escucha del coordinador y las posibilidades de que el grupo profundice en sus reflexiones durante el taller. Podríamos enfatizar este elemento aprovechándolo para definir el rol primordial del coordinador: ser tallerista es, ante todo, escuchar al grupo.


Esto le exige evitar la exposición o la imposición de sus propios puntos de vista, creencias o posturas; le demanda evitar la circulación de sus propios saberes en el taller. Por el contrario, debe cederles la palabra a los participantes y propiciar que se expresen.


Escuchar, entonces, dentro de este contexto, significaría, precisamente, “brindar un espacio para que aparezcan los saberes del grupo y se trabaje en torno a éstos”. No estaríamos hablando aquí de callar u oír. Se trata de una “escucha activa”. Implica preguntar, señalar, retroalimentar pero siempre en la dirección de la revisión de los saberes del grupo.


Podríamos plantearlo en otros términos. Si el taller está transcurriendo en torno a los saberes aportados por los participantes, el coordinador está escuchando. Si, por el contrario, comienzan a aparecer y a imponerse sus saberes, el tallerista se ha salido del lugar de la escucha para situarse como “el dueño” de la verdad.


Lo señalado, tiene dos grandes consecuencias:


Por un lado, para lograr escuchar al grupo, el tallerista debe asumir la renuncia a sus propios saberes durante la intervención. Debe tener claro que el taller no es sobre sus asuntos. Éste es un requisito metodológico y ético fundamental.


Por otro lado, el Taller Reflexivo está diseñado para facilitar la palabra del grupo; para posibilitar la emergencia de los saberes de los participantes, la exploración de estos saberes, la construcción de nuevos saberes y la escucha rigurosa de parte del coordinador.


Existe, sin embargo, una excepción a este riguroso lugar de la escucha. En el segmento de los aportes, el último del taller, al brindar su retroalimentación al grupo sobre lo que se ha trabajado, el coordinador puede - y debe - adicionar aportes conceptuales al tema tratado, desde sus saberes y conocimiento. No obstante, es esencial que haga esto de manera tan moderada y calculada que no irrespete ni borre los saberes y alternativas propuestos por el grupo.



  • Metodología pluralista: respeto de la diferencia e inclusión


El Taller Reflexivo es un modelo de intervención pluralista. Esto tiene varias implicaciones de gran importancia:


  • Por un lado, significa que en el taller se respeta y se acoge la diferencia de puntos de vista, sentimientos, anotaciones, propuestas, interrogantes y otros. Este “compartir y debatir en la diferencia” se convierte en un invaluable fundamento ético de la intervención, con efectos manifiestos sobre la reflexión grupal y sobre el deseo de participar: en la medida en que cualquier participante puede expresar su pensar y percibe que será respetado, los planteamientos y el deseo de debatir fluyen y se consolidan. En otras palabras, el respeto manifiesto de la diferencia genera un espacio amable que invita a involucrarse.


  • Una de las funciones principales del tallerista es garantizar este pluralismo a través de todo el taller. En consecuencia, este principio ético se incluye en el acuerdo de trabajo al comienzo de la intervención (encuadre) y el tallerista está atento a su cumplimiento durante la sesión. Además, en los debates el coordinador garantiza un estricto orden en el uso de la palabra: quién ha levantado su mano de primero para solicitar la palabra, tiene su turno para hablar de primero, sin importar cuál opinión desea expresar. En el taller no hay privilegios en la participación. De este modo, el respeto de la diferencia es, al mismo tiempo, la garantía de la equidad y la inclusión en la intervención.


  • El pluralismo conlleva a que no se pretenda ni se espere el consenso a través del trabajo grupal. Buscar o promover la unanimidad durante la intervención sitúa a los participantes en una posición de rivalidad que no aporta a la reflexión. Por el contrario, genera juegos de poder entre ellos y propicia conflictos. Por ejemplo, en un taller sobre la "vida en pareja", si se les indica a los participantes que definan por unanimidad cuál es “el principal elemento para la relación de pareja duradera”, esta pretensión no contribuirá al desarrollo de la reflexión y propiciará que se instale la dinámica de demonstrar los diferentes exponentes que su punto de vista es el que debe elegirse.


  • En vez de buscar la unanimidad, en el taller se amplía meticulosamente respecto a diversos puntos de vista que los participantes presenten. Por ejemplo, en este supuesto taller sobre la “vida en pareja”, el coordinador puede hacer recolección de sugerencias muy diversas para una relación duradera, cómo la fidelidad, la buena comunicación, el respeto de la diferencia, la ternura, la sinceridad, los acuerdos económicos adecuados, el cuidado de los detalles, la coincidencia en los principios fundamentales, el cuidado del amor y otros.


Adicionalmente, a través del taller se puede profundizar en algunos de estos aspectos. Por ejemplo, se puede esclarecer de manera detallada sobre que significa el respeto de la diferencia para los participantes, sobre las fortalezas y dificultades en las parejas actuales para respetar la diferencia, sobre los efectos del irrespeto de la diferencia y otros. Además, se puede construir con los participantes sobre las propuestas que ellos harían a las parejas para lograr ese respeto de la diferencia en la actualidad.


La labor del tallerista consiste simplemente en ser facilitador de la ampliación detallada de esos aspectos variados durante el taller. A través de este desarrollo de los temas, asume unaposición neutral y recoge respetuosamente los argumentos de los participantes y facilita que el grupo las debata. Mientras más se amplíen estas diversas posturas en el grupo, más fructífera será la reflexión.


  • El respeto de la diferencia conduce también a que cada participante pueda asumir su propia posición respecto al debate, durante y después del taller. En otras palabras, en el taller se trata de generar la reflexión más versátil y profunda posible pero se invita a que cada uno se sitúe libremente ante el debate. El Taller Reflexivo no constituye, de ninguna manera, un espacio para convencer o adoctrinar a los participantes.


  • En la práctica, se evidencia que típicamente los participantes construyen acuerdos y desacuerdos a través del taller. Esto significa que, en general, al terminar la sesión, comparten algunas de sus perspectivas pero que también prevalecen algunas diferencias respecto al tema.

  • Responsabilización del grupo

Previamente, establecimos un contraste entre las metodologías magistrales y las constructivistas respecto al producto implicado en ellas. En las primeras, el “magister” o maestro debe aportarlo. Es el caso, por ejemplo, del conferencista, quien ha asumido el compromiso de llegar ante al grupo - su audiencia - con su exposición plenamente preparada. En las segundas, las constructivistas, el producto debe ser elaborado por el grupo durante la intervención misma, como sucede con las metodologías de taller y diversas modalidades de clínica grupal.


Desde esta perspectiva, podemos plantear que las metodologías constructivistas son responsabilizantes de los participantes, es decir, sitúan sobre ellos el compromiso principal respecto al trabajo. Esto implica que sin la participación activa y manifiesta del grupo no es posible lograr los objetivos metodológicos.

De manera análoga, el Taller Reflexivo también constituye una metodología responsabilizante. En ésta, al llegar los participantes al taller adquieren un compromiso indelegable: la responsabilidad de reflexionar sobre el tema de la sesión. Y, para esto asumen el deber de hablar sobre éste.


Lo señalado no conlleva a que todos los participantes tengan que asumir la palabra durante la sesión. Ésta no constituye una pretensión ni una preocupación para el tallerista. De hecho, en el taller típico no se le solicita a ningún participante específico hablar, debido a varias razones:

  • En primer lugar, de acuerdo con la ética pluralista, en el taller se permite que cada uno participe a su manera. En consecuencia, se acoge de igual manera a los extrovertidos y elocuentes como a los parcos y silenciosos.


  • En segundo lugar, en el taller ocupan un lugar de igual importancia quienes hablan y quienes escuchan. De hecho, para que fluya la reflexión durante el taller, mientras una persona habla, los demás deben estar escuchando atentamente. Y esta escucha silenciosa y comprometida se convierte en un importante motor del trabajo.

  • En tercer lugar, la palabra manifiesta no es la medida del trabajo durante el taller. Esto significa que no se supone que quienes más trabajan son los que más hablen. O, que los silenciosos trabajan menos. La medida del trabajo durante el taller es el compromiso de cada uno con la reflexión, a su manera y a su ritmo. El tallerista es profundamente respetuoso de esto.


  • Metodología no terapéutica … Con efectos terapéuticos

El Taller Reflexivo no se incluye dentro de los modelos de terapia grupal. Esto implica que no es apropiado para revisar síntomas de los participantes o aspectos relacionados con éstos, como grandes tristezas, temores o pánicos, duelos, depresión, adicciones u otros. Tampoco es adecuado para la búsqueda intencionada y directa de transformaciones conductuales o subjetivas, finalidades típicas de la terapia grupal.


Como se ha señalado, el objetivo del taller radica exclusivamente en aportar un espacio para los participantes reflexionar; para ellos pensar y pensarse. Y, este es el único compromiso que los participantes adquieren en este espacio.


Sin embargo, con gran frecuencia a partir de la reflexión los participantes logran grandes cambios en sus relaciones consigo mismos y con su entorno. Ésta constituye una de las principales razones por las cuáles el taller es elegido para la intervención. También suele suceder que el taller produzca transformaciones terapéuticas en algunos de los integrantes del grupo. Este tipo de resultados se presenta, a menudo, cuando se realiza una intervención procesal, es decir, cuando se realizan 4 talleres o más con un mismo grupo.


En el taller no se intenta realizar intervención terapéutica, no solo porque no es el objetivo, sino porque no están dadas las condiciones muy rigurosas que se requieren para la terapia grupal. Dentro de ellas se incluyen, por ejemplo, la exigencia de confidencialidad respecto a lo que se comparta en las sesiones, un tamaño grupal mucho menor (máximo entre 10 y 12 participantes), un número considerable de sesiones y, obviamente, que el coordinador tenga formación como terapeuta.


Lo planteado involucra una paradoja que vale la pena señalar: el tallerista no debe buscar efectos terapéuticos como resultado de su intervención en el taller. Pero puede esperarlos, especialmente si realiza una secuencia de más de 4 talleres.


En los espacios de palabra centrados en la escucha del grupo, dispositivos para los participantes hablar sobre sí mismos, como es el caso del Taller Reflexivo, hay una alta propensión a que los participantes intenten instalar un trabajo terapéutico, es decir, a que expongan en detalle respecto a sus asuntos personales e íntimos y sus síntomas. Si el coordinador les recibe este material, es también factible que se produzcan crisis personales en el taller. Los participantes, en general, no son conscientes de esta demanda terapéutica.


El coordinador debe evitar que el grupo se desplace a este territorio, aún si él es terapeuta en otros escenarios. De otra parte, la metodología de Taller Reflexivo aporta estrategias específicas para eludir este campo y mantenerse rigurosamente en el área de la reflexión.



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